lunes, 30 de marzo de 2009

La Conquista De La Pérfida Albión (II)


A la mañana siguiente iniciamos nuestro día con un brutal desayuno inglés. De esos que llevan salchichas, habichuelas, huevos y demás. Una auténtica bomba de colesterol que no entiendo cómo pueden tomar a diario sin morir en tres o cuatro meses. Era muy temprano, pero fuimos bastante valientes y nos comimos todo lo que nos pusieron. Pedimos incluso cerveza, pero a las 8:30 de la mañana no suelen poner aunque te estés comiendo esa barbaridad. Y también fue curiosa la manera de entrarnos del dueño del bar (creemos que era chipriota o griego), pues pasábamos por la puerta de su negocio y salió a convencernos de que su opción de desayuno era la mejor.

Poco a poco, mientras engullíamos aquello, el local fue llenándose de obreros y demás parroquia que iba a ponerse las pilas a base de decenas de miles de calorías.

Después de esto, nos dirigimos a Green Park, que no está mal. Luego a Buckingham Palace, que es donde mal vive la Reina y sus secuaces, y después St. James Park (habían secado el lago, lo que decepcionó profundamente a Miguel), la Abadía de Westminster, el Parlamento y el Ding Dong (o Big Ben, como lo conocen algunos). Toda esa zona parece de mentira. Son tantos los edificios juntos que has visto tantas veces en televisión o fotografía, que parece un decorado. Impresionante la estatua de Churchill, por cierto.

Después pasamos por Trafalgar Square, dónde Nelson vacila desde su columna de muchos metros a franceses y españoles. Allí nos comentaba Miguel sus experiencias en una Noche vieja hace ya algunos años, ya que esa es la “Puerta del Sol” londinense.

Tras tanto caminar y observar fuimos a refrescarnos el gaznate. Y allí, en aquel pub, nos sentamos en una mesa en la que había un tipo de cierta edad, con la nariz del color del que ha probado el licor en más de una ocasión. Un tipo solitario que se dedicaba a mirar a la calle, mientras iba resolviendo crucigramas. Tras un buen rato en su misma mesa, y tras dos botellas de vino por su parte y una par de rondas de pintas por la nuestra, el tipo por fin rompió el hielo y empezó a charlar con nosotros. Bob se llamaba. Bob Esponja le llamábamos nosotros. Era un galés que tenía algún familiar latinoamericano y que había pasado algún verano en España. Le pegaba duro al vino, y decía pasar varias horas al día en esa ventana, viendo a la gente transitar. Ya estaba retirado, y por eso se podía hacer 15 kilómetros diarios para ir al mismo pub a zamparse el vino y cotillear por la ventana. Evidentemente, el tipo nos gustó desde el principio.

Y sus sabias palabras “lo bueno es que se puede fumar lo que quieras por la calle” nos animaron a ir relajados por Londres. Una temeridad que fue posible gracias al sabio consejo de un tipo con dos botellas de vino en el cuerpo. En fin.

Después de aquello; Covent Garden, Leicester Square, Picadilly y Carnaby St (que actualmente tiene de punk lo que ustedes de Borbones) fueron las siguientes paradas, antes de ir al Soho y a Chinatown.
Una paliza de día, en toda regla.

Después de aquello sólo pensábamos en retornar al Pub Nuestro de Cada Día, y allí terminamos la larga jornada en la que habíamos visto mucho y en la que Bob Esponja había tirado por tierra, ayudado por las dos botellas de vino, la imagen de gente poco abierta de los británicos.

jueves, 26 de marzo de 2009

La Conquista De La Pérfida Albión (I)


Para Encar y para mi, nuestro viaje comenzaba con el desplazamiento desde Madrid a Murcia, el miércoles día 18 de Marzo de 2009. Aquel viaje no estuvo mal. Unos cientos de kilómetros, una cantidad importante de vehículos, debido al comienzo del puente, inmejorable compañía y nervios por la proximidad del viaje.

Llegamos a Murcia y Encar terminó de preparar su maleta.
Aquella noche nos acostamos tarde y dormimos muy poco. Fue una especie de señal premonitoria de lo poco que dormiríamos en los días siguientes.

El despertador sonó a eso de las 6 y poco. Nos duchamos y a las 7:00 ya estaba llamando Miguel a nuestra puerta. Cuando bajamos, su cara demostraba que era cierto que había estado en un cumpleaños la noche anterior y que esas no eran las mejores condiciones para emprender un viaje. Pero bueno, no se pueden pedir peras al olmo. Ni se debe, qué diablos!

Enseguida nos pusimos en marcha y fuimos a por Oscar y Alicia a su casa. Nos esperaban en la calle y pude observar los efectos de la acción de algún aburrido que se había dedicado a tirar al suelo todas las motos de la manzana la noche anterior.

Por fin nos pusimos en marcha rumbo al El Altet, el aeropuerto de Alicante. Durante el trayecto estuvimos tratando el tema de los aditivos (según Wikipedia, un aditivo alimentario es toda sustancia que, sin constituir por sí misma un alimento ni poseer valor nutritivo, se agrega intencionadamente a los alimentos y bebidas en cantidades mínimas con objeto de modificar sus caracteres organolépticos o facilitar o mejorar su proceso de elaboración o conservación). Consideren el tabaco como alimento y sabrán de qué carajo estoy hablando. Los tres muchachos llevábamos algo de este aditivo y a ver cómo lo íbamos a pasar por la seguridad del aeropuerto sin terminar con nuestros huesos en chirona. Y la verdad es que lo que nos encontramos en el puesto de control fue a dos empleados del aeropuerto con más sueño que nosotros. A mí me registraron vagamente, y dieron por hecho que eran las cremalleras de mis pantalones las que hacían saltar las alarmas del detector de metales.

Tras este mínimo incidente, procedemos a entrar en el avión. Y no me pregunten cómo, pero fuimos los primeros en llegar al aeropuerto, pero los últimos en entrar en el avión y, claro, quedamos algo desperdigados. El vuelo era de Ryanair, una de estas líneas baratas que tanto abundan en los últimos tiempos. Y ese abaratamiento de costes se basa en meter a mucha gente en poco espacio y en cobrar a precio de oro cualquier refrigerio que decidas tomar durante el vuelo. Y así íbamos, todos apiñados metidos en un cacharro de acero que debe pesar toneladas y que, sin embargo, es capaz de elevarse. Yo no lo entiendo aún.
Un par de horas y pico después, aterrizamos por fin en Gatwick. No vimos mucho del aeropuerto, pero tiene pinta de ser más grande que algunas capitales de provincia castellanas.

Allí cogimos un tren que nos llevaría a la estación de Tower London. Uno de mis sueños se había cumplido: había probado el poder del ferrocarril inglés, el pionero de los pioneros. Y este tema, y un sentido homenaje verbal a Watt y su máquina de vapor, sirvió para entretenernos durante el trayecto. Un trayecto que, lejos de ser bonito, era un poco deprimente. Huertos un tanto chapuceros, basura y casas viejas, aunque conservaban más o menos ese estilo inglés que tantas veces hemos visto en postales o en teleseries de la BBC.

Tras media hora aproximadamente, llegamos a la Estación de London Bridge. Allí, además de un montón de gente, nos recibiría un cartel gigante de Iggy Pop anunciando seguros para coches. Prometí hacerme una foto con tan…tan…tan “interesante” anuncio de fondo, y así lo hice.

Nada más llegar nos dirigimos a la casa que habíamos alquilado. Se podía ir andando desde la estación, y solamente estaba a unos 12 minutos.
La casa no estaba mal. Cumplía las expectativas que habíamos depositado en ella, pero nos encontramos un par de desagradables sorpresas que condicionaron, al menos a parte de nosotros, el viaje. La primera es que el sofá donde nos tocaba dormir a Encar y a mí, y la cama de Miguel, eran más duros que el fin de mes. Además de esto, los ingleses parecen tener la fea costumbre de no poner persianas en sus casas (imaginamos que para acaparar el máximo sol posible) y eso hace que a las 5 y media de la mañana ya entre una luz de la ostia, porque encima amanece mucho antes que aquí. Total; que los tres que dormíamos en el salón apenas lo hicimos durante el viaje.

Unas pocas horas después, volvimos a la estación a por Toñi y Pichón, que llegaban en vuelo desde Barcelona.

Y aún tuvimos tiempo ese día de salir de excursión y vimos Tower Bridge (muy guapo), Tower Hill (donde guardan las joyas de la Corona; un fortín que debería ser asaltado ya mismo), la Catedral de St. Paul (bonita cúpula, sí señor), Millenium Bridge (algo más moderno que los anteriores edificios), Tate Modern (que no me acuerdo qué es, creo que una sala de exposiciones o algo así) y el Teatro Shakespeare.

Mi primera impresión de la ciudad no fue demasiado positiva. Ese aire de postal no terminaba de convencerme. Afortunadamente, esa misma noche encontramos el Horseshoe Inn, que lo rebautizamos como el Pub Nuestro de Cada Día. Allí cenamos y nos tomamos unas pintas a nuestra salud, y empezamos a juguetear con la máquina de poner música. Cayeron desde Hendrix hasta The Black Crowes, pasando por Bowie, Doors, Smiths, Beatles, Stones, Waits…incluso Iron Maiden!!!!!

De allí a casa, con la ilusión del montón de días que aún nos quedaban para intentar conquistar la Pérfida Albión.

Bueeeenassss....


Muchos de ustedes ya conocen mi anterior etapa bloguera y me padecieron durante una buena temporada. Imagino que la gran mayoría habrá celebrado en numerosas ocasiones, con sus familias y seres queridos, el hecho de que yo haya prescindido durante tanto tiempo de esta labor tan poco gratificante.


Es verdad, escribir un blog no mola nada. De hecho, por temporadas se puede convertir en algo obsesivo y, cuando la inspiración y las musas se bajan al bar y no te llaman para que eches un trago con ellas, el tema te puede llegar a agobiar.


Si a esto unimos que la participación no suele ser demasiado animada, tenemos la ecuación completa.


Dicho esto, soy consciente de que el mundo necesita un espacio para sentirse un poquito mejor, para tener algo de esperanza, para escupir lo que nos venga en gana.


Y como soy persona responsable, he decido volver a la tediosa labor de deleitarles con mi verbo.


Todo este tiempo he pasado desapercibido para la mayoría de ustedes. Me he ocultado entre la muchedumbre, he buscado y he hallado el anonimato, me he quitado la corona de laurel y he sido uno más de ustedes y, como sospechaba, nadie me echó mucho de menos.


Pero aprendí más cosas.

Vaya que si lo hice.


Y, para mi sorpresa, dos personas me han insistido para que vuelva; Marco Antonio y, especialmente, Encar.


A ellos y a su gusto suicida por mis escritos, les dedico este regreso.


Que suelten a los leones y a los cristianos, porque quedan inaugurados los juegos!!!!!